Las personas experimentamos la ilusión y el desengaño en sus diferentes formas; desde el amor al odio, del pedestal al suelo, el deslumbramiento o el desencanto, el amor y el desamor en el enamoramiento, la ilusión y la desilusión en una amistad, trabajo, viaje...
Las personas tendemos a la idealización. Puede ser hacia alguien, un lugar, una situación, un viaje... donde hemos experimentado sensaciones extraordinarias. Algo que nos ha hecho sentir bien, confiados, ilusionados, deslumbrados. Aquello que nos provoca esta experiencia a veces lo sobre dimensionamos poniéndo en un lugar por encima de la realidad de lo que realmente es. Por ejemplo, cuando conociste a tu primer amor, cuando escuchaste a alguien hablar de algún tema de tu interés o viajaste a algún lugar que para ti fue mágico. Son ejemplos de la ilusión que experimentamos.
Pero muchas veces ocurre que aquella experiencia, ya sea persona, cosa o situación, se nos cae y experimentamos la desilusión, el desencanto, nos sentimos engañados, frustrados, defraudados... Después vienen los juicios, los reproches, el rechazo. Aquello que teníamos idealizado, simplemente nos resulta un fraude. El pedestal se cae y se rompe lo que había sobre el.
En realidad lo que hayamos vivido no estuvo mal, era parte de nuestro aprendizaje, teníamos que vivir aquello con la ilusión y las ganas que se vivió. Quizás lo que se merece aquel suceso, persona o cosa, es un reconocimiento, un agradecimiento, porque lo que te está mostrando esta experiencia es que somos humanos y que muy dentro de nosotros un niño o niña disfrutó, se encantó, se ilusionó.
Ese niño o niña, es nuestra dimensión emocional, es nuestro niño interior. Ese niño o niña se expresa con fuerza en todos los ámbitos de nuestras vidas. En las relaciones de pareja, en el trabajo, en las amistades... Es parte importante de nuestro cuerpo emocional. Observa con atención a un niño de seis o siete años como reacciona delante de los estímulos. Llora, se enfada, se ríe, se ilusiona, sufre, le vez feliz de una manera muy espontanea, el niño se expresa sin barreras. Si no le gusta la comida que le has puesto te expresará con inocencia y sinceridad que eso no le gusta, si le das una golosina la expresión es totalmente opuesta. Así es nuestro niño interior.
El adulto que también es parte de nuestro cuerpo emocional, filtra nuestras emociones y puede dar un sentido lógico y objetivo a cualquier experiencia que hayamos tenido. El desencanto de lo que una vez pudo haber sido colocado en un sitio por encima de la realidad es una experiencia que hemos vivido todos. En el desamor, por ejemplo, si alguien te abandona experimentas el fin del mundo, en tu microcosmos lo vives así, pero tu entorno está igual que siempre, es uno mismo el que está en medio de un huracán.
La ilusión, el desengaño y el fin del mundo, son experiencias que forman parte del aprendizaje humano. Si nos detenemos en estas experiencias, podremos observar cómo reaccionó nuestro niño y podemos aprender mucho de estas reacciones, de aquellas sensaciones, esto nos lleva a reconocer nuestras carencias emocionales, si llegamos a este punto de observación, es importante no juzgarnos. Podemos aprender mucho de nosotros mismos.
Douglas Varela
Terapeuta
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