El niño bueno o niña buena, es un rol que puede ser muy dañino. Este papel o personaje, esconde un cúmulo de juegos emocionales poco saludables para el que lo interpreta y para el entorno. Ya sea la pareja, las amistades, el trabajo...
Las necesidades o carencias que una persona experimenta son muchas, pero la principal de todas quizas sea la necesidad de sentirse querido y aceptado. El origen del niño/a bueno/a se remonta a la relación de infancia con la madre o el padre.
Mas tarde, en nuestra vida adulta nos podemos encontrar que hay cosas que no funcionan en algunos ámbitos. Por ejemplo, en las relaciones de pareja, nos juntamos con personas que no están disponibles para nosotros, incluso nos podemos llegar a pensar que es la pareja la que tiene este problema ignorando que uno mismo no está disponible para el otro. Entonces aparecen los problemas en la intimidad, la sexualidad no fluye, los desencuentros se suceden y entramos en espirales interminables que absorben nuestra atención y gran parte de nuestra vitalidad.
Tomar conciencia de la fachada del niño bueno es muy doloroso. Lamentablemente, para sanar esta herida, literalmente hay que sentir la rabia y el dolor. No es diferente que una herida en tu cuerpo, cuando una herida está infectada se tiene que curar, al limpiarla se provoca un dolor que es necesario para sacar la pus y las asperezas, después desinfectas y finalmente esperas a que sane. El proceso es el mismo con las heridas emocionales. A veces es necesario caer al fondo del pozo para poder ver la salida.
El niño bueno, es un estado emocional que provoca sufrimiento, insatisfacción con la vida, demanda de atención, reconocimiento y cariño. Se construyen estrategias para manipular a los demás, se cae en el servilismo, y uno se aleja de su propia verdad. Es una forma dolorosa de tapar conflictos mas profundos, de los que la mayoría de veces, somos inconscientes.
Douglas Varela
Terapeuta
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